Julio Wallovits
Josep Maria Piera
Albert Vilar
Toni Segarra
Pol Martinez
Txema Alguacil
Alejandra Velasco
Ramon Piqué
Tute Ostiglia
Pipo Virgós
Jorge Segarra
Isahac Oliver
Christian López
Clara Quintana
Marcel Juan
Marta López
Ainhoa Nagore
Maribel y Narcís
Patricia Tormo
Meritxell Estrada
Jon Lavín
Esteve Bou
Álvaro Ortiz
Uri Gil
Aldo Coste
Jordi Solé
Mariana Valderrama
Inés Masip
Jordi Rosàs
Yuri Alemany
Tuning
Inés Fernández
Marta Taboada
Carles Gómez
Javier Eraso
Robert Cervera
Pita Gan
Francisco Rionda
Uri Fernández
Anna Gasulla
María Cerdán
Kirsten Haack
Borja Prado
Andrea Blanco
Patricia García
Toni Moreno
Mark Brooks
Íñigo Jerez
Xavi Mauri
Oriol Villar
Josep Maria Piera
Albert Vilar
Toni Segarra
Pol Martinez
Txema Alguacil
Alejandra Velasco
Ramon Piqué
Tute Ostiglia
Pipo Virgós
Jorge Segarra
Isahac Oliver
Christian López
Clara Quintana
Marcel Juan
Marta López
Ainhoa Nagore
Maribel y Narcís
Patricia Tormo
Meritxell Estrada
Jon Lavín
Esteve Bou
Álvaro Ortiz
Uri Gil
Aldo Coste
Jordi Solé
Mariana Valderrama
Inés Masip
Jordi Rosàs
Yuri Alemany
Tuning
Inés Fernández
Marta Taboada
Carles Gómez
Javier Eraso
Robert Cervera
Pita Gan
Francisco Rionda
Uri Fernández
Anna Gasulla
María Cerdán
Kirsten Haack
Borja Prado
Andrea Blanco
Patricia García
Toni Moreno
Mark Brooks
Íñigo Jerez
Xavi Mauri
Oriol Villar
Ginestra por Tute Ostiglia
Mi Nacho es un Nacho temprano, un Nacho joven y desaliñado, pero elegante siempre. Mi Nacho es un intelectual sin esfuerzo. Un amante de Serrat. Un curioso perenne. Mi Nacho es músico, tocábamos la guitarra en la agencia hasta horas impensables. Mi Nacho es parecido a Miguel Bosé, pero es Bowie. Mi Nacho, además de ser el mejor director de arte y diseñador con el que trabajé, es un artista. Nadie veía en las tipografías lo que él veía. Ni nadie las manipulaba como las manipulaba él. Para Nacho la tipografía era un artefacto sagrado, algo vivo que servía para hacer del mundo un lugar un poco más bello.
“Mi Nacho
es parecido a Miguel Bosé, pero es Bowie.”
Nos conocimos
por el año 2005, o 2006, no soy bueno para las fechas, él trabajaba en la
oficina de Barcelona y yo en la de Madrid, cuando José María Piera y Julio
Wallovits se hicieron con el control de Arnold. Conectamos casi inmediatamente.
Él era un tipo que, con su sola presencia, modificaba los lugares en los que
estaba. Los iluminaba. Recuerdo esa impresión primera, muy poderosa, de estar
frente a alguien distinto. Después, con el paso de los meses, y con el roce del
trabajo, empezamos a compartir el monstruo ese, el inclasificable, el que
habita todas las cosas: los mediodías comiendo frente a la máquina, los
procesos creativos infinitos, las inseguridades, la vida de adentro de la
agencia, y la otra, la de fuera. Fueron años rápidos, años potentes. En ese
tiempo, además de curar mi sordera y hacerme descubrir a Serrat, me enseñó una
cosa que todavía mantengo, a mirar mejor. Nacho veía cosas que los demás no
veíamos, pero desde todas las miradas posibles. No era una cuestión
exclusivamente estética, Nacho tenía ojos en el pensamiento. A veces, cuando
veo trabajos que no me gustan demasiado, pienso cómo los miraría él, cuáles
serían sus preguntas.El día que me enteré de su muerte, me senté a dibujar su retrato. Un poco para honrarlo, y otro poco para retenerlo. Creo que escribí: el mundo va a ser un lugar peor sin Nacho adentro. Y es lo que creo. Creo que el mundo es mucho más feo sin él por acá. Por eso, que a alguien se le haya ocurrido la idea hacerlo vivir para siempre en una tipografía que lleva su nombre, creo que es un acto de justicia; no tanto para Nacho, si no más para nosotros, que no podemos ni queremos soltarlo.