Ginestra por Mariana Valderrama



Hay una luz prendida en una ventana en Príncipe de Vergara 12, son las veinte horas y cuarenta minutos. Suena ‘nunca el tiempo es perdido’ de Manolo García. Exhala. No es filósofo, pero piensa en las alturas y en dios y en la falta de él. No es publicista, pero hace anuncios que te hacen llorar. No es psicólogo. No es psicólogo. No es psicólogo. No es copy pero escribe.
            Ahora tiene un puesto ejecutivo, pero en la médula es director de arte, pero también es diseñador de muebles y poeta y chef y especialista en reality shows de mierda, y es cineasta y cuentero. Es catalán, pero vive en Madrid. Es vulnerable, pero consigue que la gente más seria de España le crea cada palabra.
            Se embarra. Le da lo mismo un millón de euros para rodar un anuncio con 12 caballos corriendo en una pradera en la mitad de Extremadura que 15 para un banner de reciclaje. Cualquier retrato es inexacto.
            Una presentación diseñada en una retícula perfecta se proyecta en una pantalla de 5x5 en una torre de cristal. La diapositiva 153 tiene un error de ortografía, microscópico. Su solución ataca la lógica de la humanidad. Le observan con curiosidad los altos mandos de una multiultracorporacióndelossiglosdelossiglosamén. Procede a cerrar el archivo PDF. Se toma su tiempo antes de volverlo abrir, pero ahora en versión editable final esta sí es. Pone el acento faltante, sin pudor, en frente de todos los entes trajeados. Sigue hablando como si no pasara nada. Se ríen. Luego el día que falta, lloran. Lloran porque cualquier robot de turno habría hecho malabares para que nadie se diera cuenta, para que no se le vieran las costuras… Lloran porque el único que les ha tocado el miocardio falta. Porque sabían de su vida y de sus hijos, de sus historias de adolescente, porque nunca se dejó un pensamiento en el tintero. 


“Cualquier retrato es incompleto, cualquier retrato es mediocre.”

En un mundo lleno de seres humanos que buscan la perfección, él busca el proceso. Se regodea en sus errores. En un mundo donde las historias son ficción, él las protagoniza. En un mundo lleno de verdugos crueles, él justifica a los injustificables apalancándose en los posibles traumas de infancia, problemas domésticos, o mercurios retrógrados, sostiene la cabeza en alto mientras exclama que todas las personas son buenas por naturaleza. Cualquier retrato es incompleto, cualquier retrato es mediocre.
            La mirada mansa, concadena palabras de manera compulsiva como yo en este texto, empieza en Hong Kong y termina hablando de la ética de los podólogos del barrio Salamanca, pasando por reflexiones que dejan sin aire al personal.
            En el fondo creo que tiene un TDA no diagnosticado y me veo en su dispersión y nos da risa. Menos mal a ninguno de los dos nos dieron ritalina ni nada para la concentración de chiquitos, sino qué aburrido todo, qué gris todo, qué serio todo. Cualquier retrato es insuficiente.
            Es mi jefe, pero en realidad es mi amigo y va a ser mi amigo por siempre. A veces le pido consejos y con un poco de suerte me contestan los pájaros… Les tiro piedras mentales porque no son tan sabios, o sí, o yo qué sé.

Nacho Ginestra — 18.02.23