Ginestra por Josep Maria Piera



Un año, ya. Por mucho que los humanos seamos capaces de interiorizar y superar cualquier noticia, incluso las peores, pensar en Nacho resulta aún difícil. Cierto es que recordarle te pinta inmediatamente una sonrisa en el rostro pues dejó un poso extraordinario y es inevitable asociarle a buenísimos momentos. Pero no ha pasado aún el tiempo suficiente para evitar que, junto a esa sonrisa, aparezca la inevitable tristeza que provoca su prematura y aún demasiado reciente pérdida.
            Mientras escribo estas líneas revivo con nostalgia algunos extraordinarios momentos que - en tres diferentes agencias - vivimos juntos. Sobre todo, durante la etapa de El Sindicato. Pero en vez de acudir a ellos, prefiero explicarles dos situaciones en las que Nacho no estuvo físicamente, pero sí muy presente.  
            La primera se repitió a lo largo de muchísimos fines de semana durante más de dos décadas. Pido disculpas anticipadas porque voy a ponerme un poco escatológico, pero quiero hablarles de un póster que colgué justo encima de la taza del wáter del lavabo de mi habitación en la casa donde iba casi todos los fines de semana: el cartel francés de Smoking Room. Era magnífico, como casi todo aquello en lo que intervenía Nacho. En tonos marrones y grises, aparecía Eduard Fernández (no se le reconocía porque el señor Ginestra decidió cortarle la cabeza para ganar en fuerza expresiva), caracterizado como un oficinista del montón: camisa, chaqueta y corbata vulgares, mocasines marrones de suela desgastada, sentado, fumando. Me atrevería a definir ese cartel como un extraordinario retrato de la mediocridad. Tantas veces estuve frente a él miccionando, que podría citar de memoria los principales premios obtenidos por la peli en distintos festivales. Prix du meilleur film… Prix du meilleur nouveau réalisateur… Prix spécial du jury pour l’ensemble des comédiens… 
            El otro momento que quiero recordar aquí no tiene nada que ver con algún otro trabajo suyo ni, como les avanzaba, tampoco con alguno de los excelentes momentos que compartí con él. Es la imagen de un muy joven Nacho a quien yo aún no había conocido. Estaba contenida en un vídeo que proyectaron en &Rosas en un muy emotivo encuentro celebrado con amigos y familiares suyos poco después de su muerte. Guapo. Rebosante de vida. Tanto, que dolía verlo. Muy sonriente. Armado de una guitarra junto a los amigos con quienes formaba una banda. Un vídeo en el que, pese a su juventud, ya trasmitía la que, para mí, fue su mejor cualidad: la bonhomía. Porque Nacho fue un gran profesional que merece una tipografía propia y cuantos homenajes se le quieran hacer. Sí. Y un buen amigo de sus amigos. También. Pero si dejó la huella que ha dejado en familiares, amigos y compañeros es porque, por encima de todo, destacaba en él su extraordinaria calidad humana y su grandeza como persona.
            Se te echa (mucho) de menos, Nacho. Moriste joven. Pero viviste y moriste grande. Y dejaste en nuestros corazones un enorme boquete que tardará mucho en cicatrizar.


“Moriste joven. Pero viviste y moriste grande.”

Nacho Ginestra — 18.02.23