Ginestra por Alejandra Velasco



Una de las primeras cosas que me dijo Nacho Ginestra fue que no volvería a confiar más en mí. Dudo que él, muchos años y proyectos después, se acordara. No lo sé.
            La bronca fue sonadísima. Vicky y Nuria, que estaban conmigo, me sacaron de la agencia y me llevaron a una cafetería para que pudiera llorar en paz. Me enteré de que una página doble de la Vanguardia valía veinte mil euros y de que habían parado las rotativas del domingo para enmendar el error de copy que yo había hecho. A día de hoy me sigue pareciendo grave. Y Nacho, porque él era así, no me citó al despacho ni me dijo que debía mejorar. En ese momento entendí que, para él, y quizás también para toda esa agencia de locos, Quijotes e insanos, no era una cuestión de curro, sino de algo que quedaba un poco más arriba, aunque no debiera. Algo de honor, de orgullo. El orgullo de los piratas y de los bucaneros. El de los de la trinchera.
            Se reiría si lo leyera, o diría que todo son pajas mentales, pero creo que en el fondo había algo en él que era así. Por la tarde redacté el mejor mail que he escrito en mi vida. Le dije que todo lo que pudiera decirle daba igual; que lo único que podía hacer era trabajar y demostrarle que podría confiar en mí. Lo convencí. De esta, me dijo, aprenderemos todos.
Yo, por mi parte, creo que el resto lo hemos aprendido de él.

Nacho Ginestra — 18.02.23