Ginestra por Julio Wallovits



Hay quienes opinan que, de todos los lugares desde los cuales pelear el olvido, una agencia de publicidad está entre los más ingratos. Dicen que, al absurdo de la tarea, se suman dilemas que pueden inquietar incluso a los espíritus más amorales. Yo creo en cambio que el trabajo en publicidad -como tal vez la vida misma- no tiene signo, y su relevancia y profundidad depende de quien lo lleva a cabo. Puede que sea porque he visto con mis propios ojos que de vez en cuando alguien, cuyo destino era claramente más alto, cae en medio de la banalidad del “brainstorming” o del ansia monótona por aumentar las ventas, y el asunto se resignifica hacia algo nuevo, más vasto.
            Tuve la suerte de trabajar mucho con Nacho; la dicha de conocerlo algo. Hoy, cuando intentaba recordar algún momento específico para compartir, sentía que el concepto de anécdota se quedaba pequeño. La evocación era más bien de una presencia, un aire de tranquilidad y confianza siempre irradiado, aunque a veces uno sintiera el dolor de que era a costa de algo. Sea como fuere, había una sutileza en el aire alrededor de Nacho, algo que se reflejaba en un trabajo cuya calidad estaba muy por encima de la media en un país que él, que podría haber trabajado en cualquier parte del mundo, nunca quiso abandonar.
            Nacho era para mí ese detector de lo que era falso, trucho, inauténtico o bullshit, sinónimos todos de cualquier cosa que fuera contra su naturaleza. Lo sé no por haberle oído algún discurso, sino porque lo que hacía -y la manera en que lo hacía- era una refutación a lo enumerado.


“Nacho era detector de lo que era falso, trucho, inauténtico o bullshit, sinónimos todos de cualquier cosa que fuera contra su naturaleza.”


Nacho era el sigilo con el que me respondía diez días después de haberle pedido ayuda para llevar adelante alguno de mis proyectos furiosos y faltos de inversión, enviando un mail con algo -una portada, un layout, un tratamiento, lo que fuera- que parecía nacido de un convencimiento que superaba al mío propio. Nacho fue la discreción, cuando se apareció por sorpresa en una sesión que yo había montado con un grupo de creativos -y que él no necesitaba en absoluto-, como si hubiera adivinado que yo sí lo necesitaba a él para asegurar una conversación comprometida e interesante.
            Nacho era esa mirada felina que ponía al escuchar las críticas de otros a su trabajo -siempre menores-, que acababan invariablemente respondidas con una crítica más seria y profunda…. por su propia parte. Dominar todos los espacios le daba esa capacidad para cambiar de lugar sin dolor. Sabía que lo fijo no tiene futuro. La fantasía millenialde que la vida es un “gran viaje” puede que sea eso, solo una fantasía. Tal vez haber vivido no sea más que una anécdota después de todo, un paseo turísticoque se acaba demasiado rápido, y durante el cual la mayoría de nosotros vamos con cara de preocupados, temerosos de no entender el idioma o de que nos engañen con el cambio. Si fuera así, tampoco hay que perder la esperanza porque hay personas que, como Nacho, le dan peso a la experiencia de vivir con el suyo propio.
            A los demás nos queda dar las gracias por habérnoslo cruzado.

Nacho Ginestra — 18.02.23